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jueves, 17 de diciembre de 2009

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Juan pasa horas sentado en la puerta de su casa. Con la mirada perdida. Los coches lo iluminan por momentos. Cuando se aburre o le da frio entra a su casa directamente a su cuarto. En el pasa todo el día, mirando por la ventana, ventana que da al campo. Luis dobla la esquina de su antiguo barrio, se para y observa a su alrededor, trae una valija que deja en el suelo, saca un cigarrillo del interior de su saco, enciende su encendedor. La habitación de Juan se ilumina, entra una gran luz blanca por la ventana, lentamente, disfrutando, levanta la vista, escucha una melodía, alguien silba, se incorpora y camina hacia la ventana. Luis silba una melodía mientras camina bajo los árboles de la vereda, ese sonido tapa los gritos. Juan se acerca a la ventana que da al campo, se detiene maravillado. Observa a un pájaro volar plácidamente hasta posarse en un cerco. Alguien camina a lo lejos en el campo y levanta su mano haciendo señas. Juan mira extrañado, decide salir por la ventana. Camina por el campo unos metros, comienza a correr y se pierde de vista. Luis llega a la puerta de su casa, que parece muy vieja y descuidada, hay un gran candado colgando. Prueba varias llaves sin perder la sonrisa hasta que puede abrirla. Entra a la oscura casa, la puerta se cierra lentamente. Los gritos de abajo asustan al pájaro y se pierde en el sólido y arcilloso cielo. Su madre entra a la habitación a buscarlo, no lo encuentra, se asoma por la ventana del segundo piso de la casa, ve el paredón del vecino, luego se va disgustada. En el cuarto vacío se abre la puerta del placar, Juan sale lentamente, camina triste hasta la oscura ventana que da al paredón de ladrillos del vecino y se lo queda mirando.

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