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miércoles, 16 de diciembre de 2009

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Luís: Siempre quise ser artista, en realidad el artista necesita que los demás lo vean como tal, de nada sirve mirar solo tus obras, es el brillo en los ojos del otro el que permite que la obra exista. En mi adolescencia ciertos pares estaban más adelantados, a pesar de tener la misma edad, incluso algunos más jóvenes que yo, exitosos entre las chicas, primeros en el sexo, músicos locos, yo los envidiaba, quería ser como ellos, no me acercaba y ellos tampoco me buscaban. Había uno que sobresalía entre todos, un joven hippie de catorce años, con dos hermosas hermanas grandes. Su luz, inmensamente más rica que la de todos nosotros se apagó de repente. Pero no fue su muerte la que me inspiro, a pesar de que me sigue rondando la idea de que los mejores mueren primero, sino lo que había hecho, rompió los moldes y las reglas, no le importó que hablen de él, ni los prejuicios de una sociedad bajo una dictadura, su espíritu libre me inspiró y luego cuando murió si bien lo sentí con dolor, aunque no era mi amigo, sentí también cierto alivio, su figura se me hacía inalcanzable, sus logros tarde años en emularlos y los que no alcanzó a realizar no los lograré jamás.
Así somos los artistas, vanidosos y hambrientos de gloria. Fueron sus acciones quienes animaron mis sueños poéticos y es justo rendirle homenaje. La conciencia me abruma, no es fácil desnudar el alma, las miserias, pero es mi deber para hacer un arte genuino, en donde lo que importa es la consideración de mi obra y no de mi persona. Te voy a contar, la historia del Dorado.

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