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domingo, 3 de enero de 2010

11


Luis: Los cuatro estaban exhaustos y rodeados de caña colihue, solo un angosto camino abierto a machetazos les permitía estar en pie. Juliana desorientada, se detuvo y con la cabeza negando miró a Pierre, Crisanto vió el gesto y se enfureció.
Crisanto: Que pasa! le pagamos para que nos lleve y ahora no sabe dónde está!
Pierre: Solo necesita pensar un poco.
Crisanto: Más vale que se te prenda la lamparita nena, estoy harto de este camino, no creo que Manuel haya venido por acá.
Juliana: ¿Quién?
Pierre: Nadie que te importe, limitate a lo tuyo y no hagas preguntas, y vos!, dirigiéndose a Joao, dale seguí!, ¿para donde nena?
Joao miró a Juliana pero no le demostró ningún apoyo, nada le importaba realmente, solo el dinero prometido, después de todo conocía historias tan extrañas como esta, mientras paguen el abriría el camino a machetazos y no haría preguntas.
Crisanto miró a Joao, le excitaba su cuerpo y aunque lo despreciaba como a todos, sabía que podía sacarle algún provecho, hacía ya varias semanas que no tenía sexo y lo desaba desde que lo vió.
Juliana: Ya esta por anochecer mañana podremos orientarnos mejor.
Pierre: Tiene razón, será mejor descansar, Joao necesitamos espacio, por lo menos para poder dormir en las bolsas, así que despeja la zona.
Crisanto resopló enfurecido, no estaba acostumbrado a las tareas difíciles, nunca nada le había costado mucho. Solo dinero que tenía a manos llenas. Nunca se hubiera imaginado tener que dormir en esas condiciones, su cuerpo, a pesar de los privilegios, estaba con raspones, su vestido lleno de barro y la transpiración le había corrido el maquillaje. Juliana lo miró asombrada, de pronto todo se estaba saliendo de sus planes, sintió miedo y pensó que había sido una muy mala idea aceptar este trabajo.
Joao hizo lo que pudo pero el trabajo era imposible, al fin pudo abrir un pequeño círculo donde los demás acomodaron rápidamente sus bolsas. No podían hacer fuego, estaban los cuatro en silencio, el cielo estrellado apenas se veía tras las cañas. Pierre sacó una petaca y convidó a Crisanto.
Pierre: Esto parece una tumba.
Crisanto miro a Mora y sonrió.
Crisanto: Tío, demostrale a estos señores que no somos tan incivilizados, porque ya nos están mirando con miedo.
Joao sonrió con sarcasmo. Juliana se acomodó en el suelo e intento dormir.
Pierre: Les voy a contar una historia que me parece apropiada para estas circunstancias. Todo lo que diré sucedió y espero que les inspire vuestros sueños esta noche.
Crisanto se acomodó y encendió un cigarrillo.
Pierre: Un viejo jardinero,
un señor echado a menos,
un laberinto de setas
móvil.

José el viudo aristócrata.
Llora.

Perdido su amor
en los oscuros pasajes
del infinito lugar.

María, la a sus ojos más bella
quien lo ayudó a vivir,
a ser feliz,
su amante,
su amor.


Se perdió en el laberinto
hace años ya.

Quizás un forajido
o un acto fallido
después de todo
¿no habrá huido?

Paulo el jardinero,
fiel servidor
ayuda al señor a vivir mejor.

Mueve las setas
cambia los recorridos,
le prepara agradables sorpresas.

Una cesta de frutas y vinos
al doblar la esquina
de los tulipanes,
una orquesta y su tema preferido,
aquél de su tierna infancia.

Pero apenas mantiene vivo
ese triste corazón.

Por las noches José delira,
la busca sin cesar.
Siempre la ve, allí dormida
luego ella empieza a volar.

Así los años pasaron y la juventud también.
Paulo esta más viejo,
menos ágil y atento.
José sigue igual,
recorre su laberinto
buscando su olor a piel.

Una mañana de otoño
Paulo se queda dormido.
José pasa junto a él.
Sonríe complacido,
un pasaje nunca visto
aparece junto a el,
frente a Paulo aún dormido
en su silla de papel.

Pero no todo es divertido
en el laberinto aquél.

En el piso poco a poco
comienzan a aparecer,
trozos pequeños de aquel vestido
que ella supo tener.

Y luego
lo que no quería ver.
El altar impío a su amada mujer.
Enterrada junto al río
por aquel perro fiel.

Crisanto rió y felicitó al tío, a Joao también le gustó. A Juliana le costó quedarse dormida.

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