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miércoles, 6 de enero de 2010

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Luis estaba sentado en una reposera en el patio trasero de la casa. Había un gran silencio que poco a poco se fue llenando de cantos de pájaros de la selva.


Luis: El patio de mi casa da a la selva y esto es muy raro porque vivo en una ciudad. Cuando te olvidás de ese detalle podés seguir el sendero. La selva me salva.


Luis se levantó y dirigió al sendero que se perdía en la selva hasta perderse también.


Luis: Mora encontró la antigua cueva, en ella se cobijaron al llegar a la Tierra. Estaba vacía pues nada habían traído. Pero estaba la ventana, una abertura natural en una de las paredes, allí su madre le había indicado la ubicación de su sistema solar en el cielo de verano. La primer noche, cuando todos dormían y ella lloraba en silencio, se acercó su abuelo y en secreto le enseñó la melodía de la frecuencia para comunicarse, lo hizo porque él nunca había querido venir, prefería morir antes que dejarles todo a ellos. Lo trajo su familia, un poco a la fuerza. Los demás no querían volver, no por la muerte, después de todo ya habían vivido demasiado, pero vivir bajo ideales tan contrarios y ver que todos allí, sus amigos, sus vecinos, sus líderes, habían aceptado todo tranquilamente, en silencio, por conveniencia o comodidad, los asqueaba y juraron no volver, olvidar que todo aquello existía. Mora se acercó a la ventana y repitió los movimientos de su madre señalando el cielo, allí estaba su origen, su identidad, otros como ella pero fundamentalmente estaba él, Vladimir. Comenzó a tararear la melodía, el sonido inundó la cueva, las paredes lo amplificaron y sonrió, haría falta algo más que sus pulmones para llegar al cielo.

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