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viernes, 1 de enero de 2010

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Luís: Manuel saltó desde el tronco intentando evitar las aguas profundas pero tropezó y cayó en la parte más honda, el agua helada casi le cortó la respiración. La corriente se llevó sus anteojos y a duras penas pudo nadar hasta el otro lado. Su mochila estaba empapada y con ella toda la ropa y los muchos pares de media que había traído. Se sentó en la orilla y se puso las botas de goma. Si podía ir por aguas poco profundas tendría una oportunidad. Camino río arriba, no sabía exactamente cuánto tiempo tenía por delante, todo estaba diferente de cómo lo recordaba pero no había imaginado que iba a ser tan difícil. Pensó que era solo cuestión de paciencia y un poco de empeño, después de todo si ella había podido lograrlo el también lo haría. Mientras caminaba al atardecer por el río se entretuvo recordando los poemas que le escribió a Mora en una época en que nada hacía prever el desenlace posterior.

Manuel: Beso tu cuerpo
me pierdo en tus dunas
y nunca dejo de mirar tus ojos.
Solo tu despiertas en mi
la pasión que tanto admiras.
Ven otra vez
tus besos nunca ahogan
y a veces me provocan
desprenderme de mi cuerpo.
Y al verte desde arriba
pienso que este verano
conocí al fin la dicha.

Manuel en una pequeña playa decidió pasar la noche. Pudo prender un fuego gracias a un encendedor que se salvó del agua, puso a secar la ropa y preparó una sopa para sacarse el entumecimiento del cuerpo. Sus piernas estaban moradas, insensibles, en muchas ocasiones el agua había superado el nivel de sus botas. La noche estaba calma, sin nubes. Mientras comía miraba las estrellas, estaba seguro que ella las estaría mirando también, sentía que estaba cerca y eso alegró su corazón.

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