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martes, 12 de enero de 2010

19

Luis: Luego del claro había nuevamente selva, con los ánimos exaltados avanzaban lentamente. Solo Joao estaba más relajado, trabajaba con ganas, ya nadie lo apuraba ni insultaba, incluso era Crisanto quien le acercaba agua cuando descansaban. Juliana intentaba mantener la calma pero con Pierre detrás no le era fácil. Crisanto como siempre llevaba la mejor parte. Había desistido de la ropa de mujer y vestía un jean algo ajustado y un buzo. Solo se había maquillado los ojos. Como hombre era también atractivo y a más de una chica había seducido pero solo por su desenfado y libertad absoluta que le permitían ir contra sus instintos cuando él quisiera.
La caña parecía no tener fin, ocupaba todo el suelo, las plantas estában ubicadas a tres metros de distancia entre si, de allí salían cañas de hasta cuatro metros de largo que buscaban su destino en todas las alturas, niveles y direcciones posibles, haciendo imposible esquivarlas, una muralla de caña colihue. Y el cielo que apenas se veía. Por la tarde empezaron a oír un murmullo lejano, era el río, estaba cerca en alguna dirección. Juliana tuvo que convencerlos para que la sigan y luego de una hora fatal donde la caña estaba mucho más densa, aparecieron de repente junto a un angosto pero caudaloso río. Crisanto y Pierre se miraron entre sí entusiasmados, se estaban acercando, no era nada fácil la tarea que tenían por delante pero estaban dispuestos a realizarla. Juliana se sentó en la arena desanimada. Joao ayudó a Crisanto a cruzar hasta la orilla de enfrente donde había una pequeña playa. Allí pasaron la noche. Luego de instalar el campamento se sentaron junto al fogón, Juliana y Joao fueron los encargados de preparar la comida mientras Pierre y Crisanto bebían y hablaban en voz baja. Juliana buscó apoyo en Joao pero él se mostró indiferente, nunca había sido muy sentimental y no empezaría en ese momento. Luego de comer Pierre, para sorpresa y alivio de Juliana, se fue a dormir a la carpa, ella se acostó en su bolsa junto al fuego. Para entonces Joao y Crisanto reían un poco ebrios mientras fumaban un porro. Joao empezó a contar una historia.
Joao: En la selva de mi país existe la leyenda del Dorado, un lugar donde todo es de oro, hay grandes construcciones de una civilización perdida y tesoros inimaginables. Para todos es solo un cuento de los viejos pero yo se que existe. Mi madre se internó en la selva a buscarla, se había criado allí, sabía sobrevivir sola, podía cazar, pescar y conocía que frutos comer. Antes de irse me regaló esta moneda de oro, no tiene más inscripción que un sol en ambos lados. Su abuelo decía que era del Dorado. Cuando me dijo que se iba comencé a llorar, después de todo era solo un niño, ella me abrazó y me cantó el poema del dorado, una vieja canción que todos los de la aldea conocíamos. Pierdo el rumbo entre el espeso follaje, busco el mundo perdido, valle dorado, secretos de la vida en la tierra, perdido y de viaje, extraños susurros y nuevos colores, Mostacita y el profeta me acompañan, corren ríen y sueñan con mística alegría y suaves murmullos, estamos juntos, esperando al pájaro que conoce el camino al Dorado.
Joao se quedó en silencio mirando el fuego. Crisanto lo felicitó y le invitó un trago pero Joao parecía no escucharlo.
Juliana: ¿Y lo encontró?
Joao se levantó y se alejó hacia la oscuridad. Juliana se acomodó para intentar dormir un poco junto al fuego.Crisanto y Joao con inusitado recato se fueron a seguir sus caricias a la otra carpa, Juliana pensó en su familia y sus amigos, como todas las noches le pidió a Jesús que cuide de su hija.

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